Acabo de volver de un estupendo paseo. La verdad es que aquí, casi
todos los días invitan a asomarse al exterior. Tengo una vecina que
pretende instaurar la caminata como actividad regular y compartida pero no he querido dejarme llevar por sus invitaciones. Creo que salir a andar
por obligación es un suicidio emocional. Te privas del placer del paseo
cuando lo conviertes en algo involuntario y la compañía parlante te
impide abrir los sentidos al mundo que te rodea. Prefiero experimentarlo
en solitario y cuando surgen las ganas, para convertirlo en una agradable experiencia. El
caso es que he salido con la intención de sentarme un rato frente al mar
y disfrutar del ocaso del día. A mi vuelta, y antes de abandonar el
paisaje marino, me he sentado a tomarme un granizado de café en una
terraza. He sacado unas hojas impresas que esconden un sueño más que me
gustaría hacer realidad y con el subrayador estaba extrayendo todo
aquello que fuera útil de un texto que me va resultando cada vez más
interesante a medida que profundizo en el tema. Por un momento me había
trasladado a la Sevilla del siglo XVI, al mundo de la prostitución y las
mancebías que se instalaron en esta capital y estaba más que absorta en
la lectura, cuando no me quedó más remedio que levantar la vista del
papel.
La mitad femenina de una pareja que pasaba ante mi mesa levantó la voz para decir enérgicamente lo siguiente:
- Yo no soy racista, soy ordenada. Cada uno en su país.
Qué
fuerte!!! Ojiplática me quedé. Me dejó impresionada una frase que evidentemente no era suya, pero de la que se adueñó para expresar su sentir. No pude retomar la lectura
que me traía entre manos. El racismo, la xenofobia se instala muy
fácilmente en la mente de aquellos que han tenido una vida fácil y a los
que su madre parió, por suerte para ellos, en un lugar del que no es
preciso tener que partir. También se aloja en aquellas mentes incapaces
de sentir cualquier empatía por la humanidad o que ha reflexionado poco y nada sobre la vida y el porqué se vive de una u otra forma. Si tú que te expresas con tanta firmeza lo hubieras hecho, habrías entendido que
tu camino empieza totalmente ajeno a ti. Qué sería de tí, criatura
ordenada, si hubieras visto la luz en un país sin posibilidades. Si te
hubieras criado en la penuria y la hambruna. ¿Te rendirías ante tu
realidad? Quizás el orden ya no fuera tan agradable. O imagina, si puedes, que tuvieras
curiosidad. ¿No te gustaría pasearte por el mundo con libertad? Vivimos
en un país con una ubicación estratégica que a lo largo de la historia
se ha visto invadido por un ir y venir continuo de gentes y culturas del
otro lado del estrecho. Somos la puerta de entrada a la Europa
desarrollada y aunque para algunos formamos parte del camino que
pretenden recorrer, para otros nos convertimos en punto y final de un
viaje que no da para más. En su día, y te lo recuerdo porque por lo menos algún vez en la escuela lo debiste oir, nosotros atravesamos las Columnas
de Hércules con espíritu aventurero y cruzamos el Atlántico donde nos
asentamos, invadimos, expoliamos y culturizamos forzosamente a los que
estaban ordenadamente colocados en su sitio. Pero no nos gusta que
ellos saquen los pies del plato, que utilicen ese germen cultural que
inculcamos en ellos para hacerse un hueco entre nosotros. Quizás
intelectualmente te falta incluso conocimiento histórico reciente, criatura ordenada.
Olvidas que posiblemente tus abuelos o los abuelos de los que te rodean,
a lo mejor tus padres, o tus bisabuelos, tuvieron también que cruzar el
charco debido al hambre o a las persecuciones políticas.
Acontecimientos no tan lejanos en el tiempo. Algunos son incluso de ayer, ya ves como están las cosas... Es más, quizás alguno de esos antepasados
ni siquiera tuvo que hacer un viaje tan largo. A lo mejor tan solo
se trasladó del campo a una ciudad con las esperanzas en un hatillo.
Hubiera sido curioso indagar en tu historia familiar, criatura
ordenada, y descubrirte que en algún momento, tu familia
sintió el deseo de vivir una vida más próspera o, quizás se vio en la
obligación de olvidar el pasado y asentarse en un futuro incierto. Una
historia familiar que, en tu caso, culminaría con la venida al mundo de
un ser como tú: criatura ordenada. Si, creo que sería más que probable
tropezar con alguno de esos antepasados. Yo los tengo. La gran mayoría
de la gente que conozco, los tiene. Fíjate, hay gente muy desordenada que se va
allí donde no le corresponde y atenta contra los principios de esas
otras criaturas ordenadas que se creen con derecho a imponerte un domicilio en
un mundo tan grande y variado como este.
Si algún pero por mi
parte le pongo a este libre trasiego del ser humano fuera de las
fronteras que le impuso el nacimiento, es al hecho inevitable de la
delincuencia inmigrante. Inmigrante no es una palabra que me guste mucho
porque parece haberse ensuciado con el tiempo y el uso. No invoca esa
inmigración de cerebros de otros países, que también ha habido, y que se
instalaron dentro de nuestras fronteras y nos enriquecieron con su arte y su
saber. Inmigración es una palabra que habitualmente se utiliza
peyoratibamente y a mi me gusta más pensar que no tiene porqué tener
nombre ese grupo de personas anónimas que deciden probar suerte en una
tierra que no es la que les vió nacer. Porque me parece lógica la libre
circulación del ser humano a través de este planeta que no es propiedad
de nadie. La delincuencia inmigrante, a lo que iba, debería estar
suficientemente regulada de forma que se evite en la medida de lo
posible que se instale entre los que desean convivir en paz. Controlado eso, no
hay nada que reprochar a la libertad que cada individuo debe tener para
decidir dónde y cómo vivir.
En fin, con toda esta charla quería decirte algo, criatura ordenada: A mi también me gusta el orden. Pero con las cosas, nunca con las personas, por favor.
(Esto sonaba mientras escribía y me ha hecho bailotear frente al escritorio)
Caro Emerald - You Don't Love Me (2010)