Uno en la mente va colocando en
compartimentos estanco todo aquello que forma parte de nuestra vida y
de alguna forma los ordena secuencialmente por orden de importancia
según estos te van afectando en el devenir de los días. Durante
años he estado librando una batalla campal con muchos de estos
compartimentos, sabiéndome vencida en unas cuantas escaramuzas. La
sensación de verme engullida por ellos hasta el punto de no
reconocerme siquiera, me obligó a decidir entre dejarme engullir
definitivamente o afrontar esta lucha sin cuartel desde una
perspectiva distinta. Cuando llegué aquí, huyendo según mi
psicóloga, y según yo, batiéndome en retirada con la intención primigenia de echar raíces en otro lugar y con la intención posterior por como se desarrollaron los acontecimientos de mi venida, de
librar la última batalla, cogí todo lo que había en los
compartimentos y lo dejé suspendido en el aire para ir desmenuzando
cada uno de ellos, reubicarlos en el orden que cada uno se merece y
encontrar la forma de acabar con la puta guerra que no me dejaba
vivir. El trabajo, los hijos, la familia, los amigos y esos otros
satélites que son como moscas cojoneras que de forma continuada se
inmiscuyen en tu vida con intención de desmoronarla. Esos eran los
compartimentos de mi vida sobre los que tenía que actuar. Todos y
cada uno de ellos los he observado desde todos los ángulos posibles
para tratar de encontrar la forma de manejarlos y convertirlos en un
placer en lugar de en un sufrimiento. Y yo no conozco más placer que
el que te produce el amor, así que utilicé este sentimiento como
unidad de medida para reordenar. Y analicé la forma en la que podía
hacer entrar el amor en cada uno de los compartimentos para verlos
crecer y convertir cada uno de ellos en dicha. Así era sencillo
discernir lo prioritario de lo accesorio. Lo que merecía atención
de lo que no. Así entendí que había permitido que fuera
precisamente el odio de los demás o el odio hacia las cosas el que
gobernara mi vida convirtiéndola en una prisión más que en una
satisfacción. Y así comprendí también de qué forma debía
enfrentarme al cambio.
Cuando el trabajo estaba prácticamente
finalizado y los compartimentos aún suspendidos esperaban el nuevo
acomodo, apareció sin quererlo y también sin poderlo remediar, un
compartimento que se llenó de vida y que no formaba parte del plan.
Me pilló completamente a desmano. Surgió arrolladoramente de la
nada e hizo tambalear el equilibrio en que mantenía yo todos los
demás. Se instaló en mi en el momento más inadecuado. ¿Cómo usar
el amor para medir el amor? Cuanto más protagonismo alcanzaba más
me hacía temblar. Tenía que asentar primero todo lo demás, todo
lo que me había costado tanto tiempo razonar. Todo lo que las
circunstancias habían convertido en apremiante y que debía ejecutar
ya. Y mientras que organizaba mi vida nuevamente, creyendo que podría
esperar, se me escapó de las manos. Sin tiempo para pensarlo, sin
tiempo para disfrutarlo, sin tiempo ni lugar para dedicarle. Sin
tiempo, sin más.
Los compartimentos empezarán a ocupar
su lugar en breve. Cuando retorne al campo de batalla que abandoné.
Y la guerra habrá terminado porque he aprendido a vivir. Incluso con
el dolor del compartimento perdido, he aprendido a vivir. Siempre
decía que no tenía muy claro lo que quería pero sabía
perfectamente lo que no. Creo que es momento de decir, que ahora sé
perfectamente lo que quiero y por supuesto, lo que no quiero. Es muy
probable que todo este particular pensar sobre los compartimentos de mi vida
acabe volcado en estos papeles blancos. Que cada uno de ellos acabe
desmenuzado aquí como lo hizo en mi misma. Porque ha llegado su
momento y el mio.
No tengo muy claro que necesite a la psicóloga para nada. Por falta de psicoanálisis propio, no será. Que pretenda remontarse al pasado más lejano para encontrar la razón del presente me parece innecesario del todo. Y más sabiendo donde querrá hurgar. Todos tenemos un pasado que acaba por conformar nuestro presente y yo lo tengo más que asumido y superado. Soy como soy por lo que viví y lo cierto es que tampoco quiero ser de otra forma. Visto lo que deambula por el mundo, prefiero la vida que me hizo así a otra vida que, sin necesidad de enfrentarse a nada, da como resultado ciertos personajes que aborrezco. Es más, nada más empezar la primera charla con ella dijo lo que tenía que decir:
"Tenemos la falsa creencia de que es el entorno o la gente que lo compone los que nos hacen sentirnos mal y realmente no es así. Más bien es la interpretación y la actitud que uno afronta frente a eso..."
Suficiente, no? Tampoco es que haya sido un descubrimiento pero le agradecí que me lo recordara. Así que creo que he de dar por concluidas las charlas con extraños que entre otras cosas me cuestan un dinero que no me sobra porque la claridad también me la puedo aportar yo y ahora tengo demasiadas cosas por delante que hacer.
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