martes, 28 de febrero de 2012

Ondas

Uno puede ser inmensamente feliz tras un buen rato de charla con un amigo con el que se comparten puntos de vista muy similares con respecto a las cosas. Puedes serlo cuando al final descubres que tras la charla has olvidado lo que durante el día te afligía. Lo eres con cada carcajada y con cada exabrupto entonado en contra de determinados entes sociales. No puedes dejar de serlo cuando además compartes ciertas aficiones. Llegas incluso a pensar que debe existir cierta interconexión cuando te sorprende el comprobar que a veces hasta padeceis los mismos síntomas físicos. Una empatía extraña pese a la distancia. Lo eres cuando intercambias una cerveza por un peta y más aún cuando te dejas llevar y te abandonas al placer. Sonríes cuando descubres que te dicen lo que tú mismo ibas a decir. Y llegas a pensar que esa amistad es inmune al tiempo y a las circunstancias.

Como si de una ley física se tratara, dos cuerpos que vibran con la misma longitud de onda y a la misma frecuencia, parece que podrían mantenerse infinitamente en el mismo estado. Pero todo depende del medio en el que se propaguen y debe ser esa la razón por la cual dejaron de vibrar al unísono. Perdimos el paso, que dejó de ser acompasado y el lenguaje nos convirtió en extraños. Al final, no queda más que el recuerdo de cuando iban a la par. La añoranza de sentirse en compañía, el eco lejano de las risas, la sensación de vacío, la falta de ese otro yo con el que compartir.

Al final, no queda más que la triste sensación de aquello que ya no es.


Ian McCulloch - Lover Lover Lover (1989)