viernes, 4 de abril de 2014

Un acto de egoísmo

El otro día pensaba que la decisión que tomé de traer hijos a este mundo fue muy egoista por mi parte. Que en lugar de pensar en ellos me dejé llevar por el propio deseo de vivir la maternidad, de asumir la responsabilidad que ello supone, pensando siempre en las implicaciones a nivel personal que tendría un hecho como ese. Igual que cuando ahora me asalta nuevamente el deseo de ser madre. Ahora, a pocos días de que mis hijos cumplan quince años, creo que hubiera sido mucho mejor haber mantenido la idea inicial de vivir esta vida en estado estéril. Pero no porque la maternidad me resulte frustrante o no me haya aportado lo que esperaba. Todo lo contrario, mis hijos a nivel personal me han aportado cosas que jamás hubiera imaginado. Ser madre tiene, como todo, momentos amargos y momentos dulces pero estos, compensan con creces cualquier otro. Cumplí mi deseo y la vida me regaló no solo una, sino dos vidas para disfrutarlas. 

El otro día, esperando en las oficinas de la Seguridad Social para entregar una documentación, estaba sentada delante mío una mujer con un bebé que apenas tendría unas semanas y que se ovillaba en el pecho de su mamá, con los puñitos cerrados, durmiendo plácidamente y acunado seguramente por los latidos del corazón que le dio la vida.  Era incapaz de dejar de mirarles. Recordaba cuantas veces yo los tuve asi, disfrutando de su olor, de su calorcito, de sus caritas felices, de su vivir despreocupado, de su dormir sosegado... Y deseé, deseé volver a tener nuevamente una vida en mis brazos. Sin embargo, me di cuenta que no pensaba más que en mis propias emociones, en todo aquello que a mi me ha deparado el hecho de ser madre y me olvidé una vez más de pensar en esas vidas que traemos a este mundo. Recuerdo que en un ataque de ira, cuando tenía 16 años, le reproché a mi madre precisamente eso, que me hubiera traído a este mundo sin sentido donde todo suponía un esfuerzo. Y a veces pienso que quizás mis hijos puede que acaben por reprochármelo a mi también y no tendría argumentos para defenderme porque en realidad, fue la necesidad de satisfacer un deseo personal lo que les hizo habitar este mundo.

Cuando te planteas que nos hemos socializado y desarrollado para destruirnos y destruir todo lo que nos rodea. Cuando piensas en lo tremendamente difícil que es escapar de las garras del sistema que todo lo engulle. Cuando eres consciente de que todo a tu alrededor está enfermo porque lo hemos envenenado. Cuando sabes que el interés económico de unos pocos está orquestando la vida de todos sin el más mínimo escrúpulo. Cuando ves a tu alrededor cómo las enfermedades empiezan a hacer mella cada vez a más temprana edad. Cuando asumes que no hay rincón en este planeta en el que estés a salvo. Cuando piensas que revertir todo esto es prácticamente imposible o que la única posibilidad es un estallido mundial que se cobre la vida de millones de personas y quizás, solo quizás, se consiga así construir sobre las ruinas  una sociedad totalmente distinta.

Piensas.... ¿Cómo he sido capaz de traer a mis hijos a este mundo? ¿Cómo no pensé en lo que les iba a ofrecer? Y claro, siempre hay pequeñas cosas que te aportan felicidad aunque vivas inmerso en este mundo hostil. Y procuro enseñarles a buscarlas. Pero eso no quita para que yo siga pensando en lo egoista que un día fui y en sus consecuencias.