lunes, 11 de noviembre de 2013

El momento de ir contando...

No sé muy bien en que momento ocurrió, solo sé que un buen día me di cuenta de que estaba recorriendo un nuevo camino y que este me estaba esperando para que lo hollara con paso firme. Descubrir que no me estaba equivocando fue sencillo porque de repente, a cada paso, había un regalo esperándome y aunque al principio pensé que se trataban de casualidades, acabé por comprender que las casualidades no existen, que todo ocurre por una razón y estos regalos-casualidades me invitaban a seguir caminando por el mismo sendero. Son tantas las cosas recibidas y descubiertas en tan poco tiempo, que muchas de ellas aún levitan en mi cerebro sin acabar de posarse y establecer un nuevo entramado neuronal. Pero cada una de ellas encierra una verdad, una actitud, un orden. Y sé que finalmente todo acabará por encajar, todo acabará siendo y yo volveré a ser de nuevo.

Descubrí que me había arrastrado por mi vida olvidándome de mi, mirando siempre hacia afuera, quejándome del mundo y sus estructuras, quejándome de la gente y de sus escrúpulos o de su falta de ellos. No sé, podría enumerar muchas equivocaciones fruto de los estimulos que recibía del exterior y que mis sentidos devolvían a mi cerebro sin que allí fueran debidamente interpretados.

En esta ocasión he hecho el trabajo a la inversa. Comprendí gracias a otros que el trabajo comienza en uno mismo, que era necesario mirar en mi interior antes de volver a salir fuera. Y me encontré con un "yo" muy distinto del que yo creía. Otro yo que también estaba esperando que algún día me fijara en él, un yo que me ha cuidado como ha podido durante mi vida pese a la indiferencia que le demostré y que me enfermó para evitarme sucumbir. Esa fue la forma en la que consiguió que yo tomara conciencia de él y le escuchara. Ese otro yo vive en cada uno de nosotros. Es el yo que nace con nosotros y que abandonamos para construir el ego en su acepción psicológica, fruto de las experiencias y sus consecuencias. Nos apartamos de él inconscientemente y seguimos el rumbo que nos marca el que parece ser más listo. El yo que nos es legado de fábrica no sabe de otra cosa más que de amor y agradecimiento si creció en un útero deseoso de darle vida. No está contaminado por nada. Se preocupa de mantenernos con vida y nos abandona cuando nuestro cuerpo muere sin que en muchos casos nos hayamos preocupado por conocerle. A veces, habiendo incluso olvidado que existía.

Yo le encontré esperándome y llegar a él también fue un cúmulo de experiencias a tener en cuenta. Guardaba la esencia de mi misma como un gran tesoro, me devolvió a la infancia feliz y despreocupada que viví y desde su mirar, empecé a reorganizarlo todo. Aprendí así a quererme y a querer a los demás con otros ojos y con otro corazón. Y todo cambió a mi alrededor. Dejar que te guíe es una experiencia de lo más placentera y sabes que está a tu lado cuando te reconoces en actuaciones que en otro momento hubieran provocado reacciones totalmente contrarias. A mi me sirve de escudo. 

Un día explicaba que el mal genio de la gente, o la mala hostia con la que algunas personas te reciben a mi me genera una reacción totalmente distinta a la que me generaba antes. Respondía a la mala hostia con mala hostia porque no creía ser merecedora de ese trato. Ahora, pese a seguir creyendo que no lo merezco, no me genera mala hostia por el simple hecho de que no me afecta. Les miro y pienso: es una pena que estés cabreado con el mundo y te salga el cabreo por la boca de forma indiscriminada, pero yo me siento feliz y no vas a derribar mi felicidad con tus malos modos. Simplemente no me alteran lo más mínimo y lo cierto es, que esa no-alteración provoca en muchos casos que la gente se sienta ridícula e incluso culpable por pagar contigo los platos rotos. Tropezarse con una palabra amable o con un trato agradable, acaba por desarmarles a ellos. Creo que a la persona que se lo traté de explicar no lo entendió o no le pareció que fuera el proceder correcto. Lo cierto es que una situación de esas a mi podía antes amargarme el día o por lo menos unas cuantas horas cuando en mi vida no había motivo para esa amargura y ahora quizás, consigo que los demás dejen de estar amargados, por lo menos durante un rato o por lo menos, mientras que están conmigo. Y si no salimos ganando los dos, yo por lo menos, sí.

La consecuencia de todo este orden nuevo es que en esencia sigo siendo yo, pero mi actitud frente a las cosas es bastante distinta. Y cierto es también, que aún hay veces en las que tengo el impulso de soltar espumarajos por la boca pero en cuanto empiezo, me doy cuenta de que ese ya no es el camino porque ese otro yo que me guía hace saltar una alarma que me frena y esto antes era impensable en mi. Testigos de ese no parar los impulsos podrían salir unos cuantos.

Notar el verdadero cambio lo nota quien me conoce realmente bien y que a decir verdad, creo que es una única persona. Los demás..., bueno. Tampoco han tenido ocasión. He vivido encerrada de cara al mundo que conocía y he vivido todo esto rodeada de nuevas personas que aparecieron en el camino. Mi única conexión con el ayer solo se la permití a quien estuvo, está y estará siempre a mi lado. La amiga que mientras que yo estuve dando la espalda a ese yo recuperado me sirvió de guía durante tantos años y que ahora dice que soy yo la que le estoy enseñando cosas. Ojala te sirva de algo porque yo tengo tanto que agradecerte...

Experiencias estoy viviendo muchas. Algunas realmente sorprendentes que no sé muy bien como explicar y que seguramente si tratara de hacerlo, me dirían que me estoy volviendo loca. Pero no he estado ni más cuerda ni más feliz en mi vida. Y por supuesto sé que todo esto traerá consecuencias, las que estoy viviendo y las que han de llegar porque sé que cosas y gente se quedarán en el ayer. Unas por decisión propia y otras, porque no entiendan o no les interese mi nuevo yo.