miércoles, 19 de febrero de 2014

Un drama inesperado


TRECE nos dejó el 02.02.14 y nada volvió a ser igual. Era el más trastillo, el que meneaba chulamente el culete cuando caminaba. El mico que se ponía a tus pies maullando cada vez que ibas a la cocina para decirte que el pienso no estaba mal pero que prefería lo que había en la latita y que olía tan bien. Y claro, no te podías resistir a sus ojitos. Era el que se colaba por todos los rincones y que un día se quedó encerrado en un armario por curioso cuando en un momento lo abrí para coger un abrigo. Menos mal que le eché de menos en seguida y tras buscarlo por todos los rincones oí el maullido en el armario. Qué trasto era. Todo el día incordiaba a su hermanita para que jugara con él y si no le hacía caso, morisqueaba sus patitas aunque solo fuera para que cabreada saliera corriendo tras él. Trepaba por el rascador y hacía equilibrios en lo alto como si fuera un número circense. Apenas estuvo un mes con nosotros.




BRUMA se fué con su hermanito TRECE el 13.02.14. Era la niña bonita. La gatita dulce y amorosa que se sintió totalmente desamparada cuando perdió a su hermano y que durante tres días vivió pegaba a nuestros cuerpos buscando el calor y el cariño que antes encontraba en TRECE. No consentía que la apartáramos de nosotros ni aunque fuera para ponerla a nuestro lado en el sofá así que yo no me separé de ella ni un solo momento y buscando consuelo colocaba sus patitas en mi hombro y acurrucaba su cabecita en mi cuello. Luchamos por ella todo lo que pudimos. Atravesaba Madrid todos los días para llevarla a un veterinario que nos dio una pequeña esperanza. A veces pensaba que debía de odiarme por llevarla a un lugar donde todos los días recibía tres pinchazos de medicación. Durante dos semanas... Con ella aprendí una de las formas que tienen los gatos de comunicarse, el lenguaje de los ojos. Y es que era tan bonita, que yo me pasaba el dia hablando con ella, regalándole las palabras más dulces, dándole besitos y caricias. Y es que cuando llegaron a casa dije que me moría de amor por ellos y eso es lo que sentía cada día. Descubrí que cuando le hablaba ella siempre cerraba lentamente sus tristes y preciosos ojitos verdes y los volvía a abrir de forma repetida así que pensé que el gesto debía tener algún significado y lo encontré. Decían que era la forma que tienen de mostrar agradecimiento y de decirte lo a gusto que están, y que el guiño de un ojo es lo que se llama el beso del gato. A veces yo en lugar de hablarla, hacía lo mismo que ella con los ojos. Desde que se quedó solita nos convertimos en su única familia. No volvió a acercarse a la camita en la que dormía con su hermano, ni quiso jugar más con las pelotas o los cordones que tanto la gustaban y yo no me sentía capaz de dejarla sola por la noche así que dormía conmigo. Se metía bajo las sábanas y se acurrucaba pegada a mi. De madrugada hacía un par de excursiones a la cocina, comía un poquito, pasaba por el arenero y volvía para colocarse al lado de la cama pidiendote con esa mirada dulce que tenía que la subieras de nuevo para dormir contigo. De esta forma pasaba las 24 horas del día junto a ella, pensando que tendría la fortaleza suficiente para superar su enfermedad, dándole todo el amor posible para que se sintiera feliz y segura, para evitar que la pena debilitara su sistema inmunológico. La madrugada del día 13 fui yo la que abandoné la cama porque no conseguía dormir y escribía la entrada anterior a esta. Ella apareció al momento en el salón para hacerme compañía. La envolví a mi lado en una mantita y me deshacía mirando esos ojitos verdes que nunca me perdían de vista. Pasado el rato, volvimos juntas a la cama sin imaginar que apenas vería la luz del día. Se le escapó la vida en un lamento que no olvidaré nunca. La envolví en una de esas mantas que tanto le gustaban y la acuné en mis brazos como si fuera un bebé. Con el corazón roto y conteniendo las lágrimas para no hacérselo más dificil a mis hijos que se marcharon al colegio con los ojos enrojecidos. Y yo me quedé nuevamente sola con ella, como todos los días, deambulando por la casa durante un par de horas con ella en brazos, sin necesidad ya de contener la pena y el dolor nuevamente de haber perdido a un animal entre mis brazos.

*  *  *

Mis gatitos nacieron portadores del coronavirus. Un virus con el que podrían haber vivido sin que necesariamente se hubiera desarrollado la enfermedad que en más del noventa por ciento de los casos es mortal pero lamentablemente no tuvimos esa suerte. Cuando les diagnosticaron PIF nos dijeron que teníamos que sacrificarlos porque no había tratamiento pero nos costaba mucho trabajo tomar la decisión e insistimos buscando alguna esperanza en algún lugar. Encontramos un veterinario que nos aseguró que tratamiento si que había pero que eran raros los casos que conseguían sobrevivir. No necesitamos que nos dijeran más, si había una mínima opción por muy improbable que fuera, apostaríamos por ella. Y es lo que hicimos, aunque solo nos sirviera para disfrutar de su compañía un poco más de tiempo.

Dicen que los gatos tienen siete vidas. Los míos apenas pudieron saborear una y a veces pienso que quizás me regalaron las otras a mi. Sentimos una gran necesidad de llenar el vacío que han dejado en casa pero lo cierto es que cuando nos ponemos a buscar gatitos no hay ninguno que nos guste. Y es que todos cuando nos ponemos a buscar, les buscamos a ellos.

Yo no quería volver a pasar por esta experiencia. Y desde luego lo que menos esperaba es que apenas nos diera tiempo a disfrutar de su compañía. El único consuelo que tengo es pensar que si no hubieran estado en casa hubieran muerto en la calle. Que les dimos el calorcito de un hogar y todo el amor que teníamos y que nos devolvieron con creces. Que disfrutaron jugando y correteando por la casa. Que dormían uno pegado al otro o abrazados en una mullida camita. Que comían a su antojo y si querían latita, siempre había latita para darles.

El único consuelo es que creo que no les faltó de nada aunque ahora nosotros sintamos que nos falta todo.