lunes, 4 de febrero de 2013

Jardinería post-mortem

Cuando llegué por primera vez a esta casa no hace muchos meses, había en el porche una planta que apenas me llegaba a la rodilla. Era una de esas plantas que nacen como de la nada, sin que nadie las haya puesto allí para deleite propio como otras. Al poco tiempo descubrí que crecía alegremente ante mis ojos sin que yo hiciera nada por alentarla. La veía desde el salón como se iba alzando hasta llegar incluso a pensar que acabaría por engullirme cual  planta carnívora. Un jardinero me dijo que era una morera aunque yo no veía la morera por ningún lado o por lo menos, no era el tipo de hoja de morera que yo había utilizado para alimentar en otros tiempos a mis gusanos de seda. Pensé que algún día tendría que arrancarla cuando el cuidado del porche estuviera dentro de mis prioridades. Mientras tanto, me hacía un gran servicio. Me mantenía aislada de la casa de al lado donde unos rumanos escandalosos se habían afincado casi al mismo tiempo que yo. Durante un tiempo, sirvió incluso de refugio a un gato que se colaba en mi casa y se escondia bajo sus ramas. No fueron pocos los sustos que me dio el gato cuando yo me creía habitante único de mi casa. No alimenté ni al gato, porque siempre salía raudo cuando me acercaba, ni a la planta. El gato debió encontrar lugar más acogedor porque acabó desapareciendo. Sin embargo la morera, crecía y crecía hasta el punto que llegué a pensar que habría que ponerle algún remedio a ese ansia desaforada que demostraba por acercarse cada vez más a mi.

He pasado casi dos  meses fuera de casa. Ayer, cuando llegué, se me partió el alma. Un esqueleto de ramas me dio la bienvenida. Abrí el porche y miles de hojas muertas se habían ovillado en un rincón a esperarme. La morera había muerto de pena. La abandoné demasiado tiempo y pereció. Hoy he pasado la mañana recogiendo sus  hojas con una tristeza que no hubiera imaginado y serrando sus ramas que con el tiempo alcanzaron un grosor considerable. Los rumanos estaban de mudanza. Otra casa más que no pagaban y otra casa más de donde les echaban. He pensado en la casualidad de no necesitar ya esa intimidad que me ofrecía la planta y el haberla perdido. Mi porche se ha quedado vacío y triste como yo. Sin quererlo, sin darme cuenta,  había llegado a amar a esa planta.

Una balada de despedida.

Jad Wio - The Ballade Of Candy Valentine (1984)

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