Cuando llegué por primera vez a esta casa no hace muchos meses, había en
el porche una planta que apenas me llegaba a la rodilla. Era una de
esas plantas que nacen como de la nada, sin que nadie las haya puesto
allí para deleite propio como otras. Al poco tiempo descubrí que crecía
alegremente ante mis ojos sin que yo hiciera nada por alentarla. La veía
desde el salón como se iba alzando hasta llegar incluso a pensar que
acabaría por engullirme cual planta carnívora. Un jardinero me dijo que
era una morera aunque yo no veía la morera por ningún lado o por lo
menos, no era el tipo de hoja de morera que yo había utilizado para
alimentar en otros tiempos a mis gusanos de seda. Pensé que algún día
tendría que arrancarla cuando el cuidado del porche estuviera dentro de
mis prioridades. Mientras tanto, me hacía un gran servicio. Me mantenía
aislada de la casa de al lado donde unos rumanos escandalosos se habían
afincado casi al mismo tiempo que yo. Durante un tiempo, sirvió incluso
de refugio a un gato que se colaba en mi casa y se escondia bajo sus
ramas. No fueron pocos los sustos que me dio el gato cuando yo me creía
habitante único de mi casa. No alimenté ni al gato, porque siempre salía
raudo cuando me acercaba, ni a la planta. El gato debió encontrar lugar
más acogedor porque acabó desapareciendo. Sin embargo la morera, crecía
y crecía hasta el punto que llegué a pensar que habría que ponerle
algún remedio a ese ansia desaforada que demostraba por acercarse cada
vez más a mi.
He pasado casi dos meses fuera de casa. Ayer, cuando llegué, se me partió el alma. Un esqueleto de ramas me dio la bienvenida. Abrí el porche y miles de hojas muertas se habían ovillado en un rincón a esperarme. La morera había muerto de pena. La abandoné demasiado tiempo y pereció. Hoy he pasado la mañana recogiendo sus hojas con una tristeza que no hubiera imaginado y serrando sus ramas que con el tiempo alcanzaron un grosor considerable. Los rumanos estaban de mudanza. Otra casa más que no pagaban y otra casa más de donde les echaban. He pensado en la casualidad de no necesitar ya esa intimidad que me ofrecía la planta y el haberla perdido. Mi porche se ha quedado vacío y triste como yo. Sin quererlo, sin darme cuenta, había llegado a amar a esa planta.
He pasado casi dos meses fuera de casa. Ayer, cuando llegué, se me partió el alma. Un esqueleto de ramas me dio la bienvenida. Abrí el porche y miles de hojas muertas se habían ovillado en un rincón a esperarme. La morera había muerto de pena. La abandoné demasiado tiempo y pereció. Hoy he pasado la mañana recogiendo sus hojas con una tristeza que no hubiera imaginado y serrando sus ramas que con el tiempo alcanzaron un grosor considerable. Los rumanos estaban de mudanza. Otra casa más que no pagaban y otra casa más de donde les echaban. He pensado en la casualidad de no necesitar ya esa intimidad que me ofrecía la planta y el haberla perdido. Mi porche se ha quedado vacío y triste como yo. Sin quererlo, sin darme cuenta, había llegado a amar a esa planta.
Una balada de despedida.
Jad Wio - The Ballade Of Candy Valentine (1984)
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