Hace no mucho fui a ver con muchas expectativas la película de Michael
Haneke, Amour y no puedo decir que no me gustó porque me encantó. Y lo
hizo por su forma de hacer y su forma de contar pero me decepcionó en un
sentido, ese amor es el amor de los te quieros y no el amor de los te
amos. Es el amor que se mira el ombligo egoista sin mirar a los ojos de
quien se ama. Es el amor que se destruye y te destruye. Seguramente
para muchos sea la expresión más grande del amor porque el amor muere
con la muerte, pero lo realmente cierto es que el amor muere asesinado
llevado a los extremos. Si había que demostrar el amor en la pantalla
grande, tuvo su momento, un instante en el que la historia podía haber
girado para darle verdadero sentido a la palabra. Pero el instante se
desvaneció en un salón y la historia se convirtió en una de tantas que
viven muchos. Con un broche final, eso si, el toque que la hace
propia de Haneke por la ejecución de aquello que pese a estar en la
mente de muchos, muy pocos se atreverían a realizar. Pero eso no la
convierte en la expresión del amor sino en el estereotipo de lo que la
mayoría de la gente entiende cuando junta esas cuatro letras. Un amor que esclaviza y que en determinados momentos se convierte en una pesada carga.
La volvería a ver sin dudarlo, de hecho la volveré a ver en cuanto pueda pero Sr. Haneke, lamento decirle que su amor... se escribe con minúsculas.
La volvería a ver sin dudarlo, de hecho la volveré a ver en cuanto pueda pero Sr. Haneke, lamento decirle que su amor... se escribe con minúsculas.
The Young Gods - L'Amourir (1988)
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