martes, 26 de marzo de 2013

Un corazón demasiado débil para la vida

Reorganizando escritos me acordé hoy de este texto que escribí hace ya unos años en Walking On Both Sides y me apetecía, así que lo rescato en este otro lugar. Y bueno, no podría ponerle otra música que la que en su día tuvo. El  mejor tema que he escuchado en años. Uno de esos que  estarán conmigo hasta el final.

*  *  *

No podía resistir la tentación. Cada vez que la vida le ganaba la batalla necesitaba del rápido galopar, del viento helado en su cara, ese viento que arrancaba de cuajo las penas, que hacía jirones su alma, para después recomponerla en un lento retorno a la vida cuando el paseo acababa, cuando exhaustos y sudorosos regresaban a este mundo tras el frenético cabalgar. Se acercó a las cuadras y acarició las rubias crines de su precioso caballo. Del amigo que comprensivo la miraba queriendo atrapar en sus enormes ojos negros toda la tristeza que la invadía. Sabía lo que se esperaba de él. Siempre en silencio le ensillaba, con dulzura, acariciando su piel canela, apretando las cinchas con la misma delicadeza que envolvía su corazón. Un corazón demasiado débil para la vida, un corazón nuevamente roto.

No siempre era así. Cuando aparecía enérgica, con ese andar desenfadado y el verde brillo de su mirada la envolvía de una bruma de felicidad, él se movía nervioso y relinchaba en un cariñoso saludo de bienvenida. Sabía que un agradable paseo lleno de confidencias entre ramas, matas y matojos estaba por llegar. Le ensillaba entre chácharas y caricias, entre risas y carantoñas y él, se contagiaba de su felicidad. Esos días exultaban de placer ambos. La escuchaba relatar las maravillas de su nuevo mundo donde el amor había anidado de nuevo y disfrutaba con sus risas, con el sosiego del paseo y el discurrir de su conversación. Nunca le guiaba, él sabía donde quería ir a cada momento, incluso se atrevía a llevarla por nuevos senderos donde el eco del agua que fluye melodiaba su conversación.

Hoy todo tenía el color lúgubre de la noche pese a que ya hacía horas que había amanecido. Sabía que esta vez no encontraría consuelo por más velocidad que diera a sus patas. Mantenía la calma esperando sentir su peso sobre él para iniciar la marcha. Dejaron atrás hogar y refugio, notaba la tensión de sus piernas apresándole, apremiándole a avanzar. Ni una palabra. Era una mañana fría de invierno. La escarcha aún adornaba los ramajes del camino y teñía de blanquecino el paisaje. Esta vez cogió ella las riendas y le llevó sin apremio hacia la vereda por la que discurrían cuando ella quería disfrutar de la inmensidad. Intentó iniciar el galope pero ella lo retuvo y supo entonces que ya, nunca más, nada volvería a ser. Adivinó el final del camino nada más iniciarlo. Adoptó la pose majestuosa que a ella tanto la enorgullecía de él y emprendió la marcha con la misma mirada fija y decidida de su dueña, dispuesto a llegar al final en su compañía. Y cuando el final empezó a divisarse a lo lejos, ella le apremió con una ligera presión de sus piernas y él, compañero inseparable, inició el galopar. El viento hacía ondear tanto crines como cabellos, imágenes rápidas de cabalgadas y galopares similares cruzaron raudas por las retinas de ambos. En la lejanía, la cadena montañosa se diluía entre brumas. El galope era cada vez más veloz, se adivinaba ya el abismo frente a ellos. Un último instante para soltar las riendas y abrazar al fiel amigo, a su todo. Un sollozo ahogado, un relinchar de comprensión y el gran salto al vacío cuando el último TE QUIERO salía de sus labios.


Band Of Horses - The Funeral (2006)

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