jueves, 16 de enero de 2014

My father y los primeros años de rabia

Supongo que en alguna ocasión me debía a mi misma el escribir sobre mi padre. Si me remonto a mis primeros recuerdos, tengo la sensación de haberlos enterrado porque de mis primeros años de vida no puedo contar nada de él y la memoria solo me alcanza al día en el que yo, con la inocencia infantil que desconoce aún el verdadero significado de las palabras, comuniqué en mi casa que tenía novio cuando apenas alcanzaba los cinco años de edad. Esperaba que se contagiaran de la alegría que a mi me producía un sentimiento que era nuevo para mi y que desde luego estaba muy alejado aún de lo que supondría posteriormente la palabra novio, palabrita que quizás yo odié a partir de ese día. Lejos de esa alegría lo que recibí por respuesta fue un guantazo de mi padre que me dejó boquiabierta, dolida y creo que resentida para el resto de mis días. Si hubo algo antes, lo olvidé y todo lo que hubo después se convirtió en silencios, discusiones, rabia y un contínuo pulso a ver quien podía más. Para sorpresa mía, un día descubrí que mi padre me cantaba en la cuna para dormirme, pero lo dejé en sorpresa sin más.

Mi adolescencia fue una pelea contínua. Mi madre siempre temía el estallido de ira entre los dos porque nunca fui la niña dócil que les hubiera gustado tener. A diferencia de mi hermano, siempre lo cuestionaba todo y sus razonamientos no me valían en absoluto. Los "porque no" o "porque lo digo yo", me parecían tan peregrinos que continuamente presionaba para que me diera una razón no ya convincente, sino con cierta lógica. Pero nunca la hubo y yo mientras, procuraba hacer lo que me daba la gana a riesgo de ganarme más tortazos que nunca dejaron de recordarme ese otro primero. También me llevé otro guantazo la noche de mi catorce cumpleaños porque llegaba tarde y yo todo lo que hubiera necesitado ese día era que me hubieran abrazado en silencio, sin preguntas. Pero bueno, necesitar o esperar algo de mi padre era una utopía que yo asumía como tal, así que me lamí las heridas en la soledad de mi cuarto donde solía encerrarme para soñar con vidas más placenteras y padres más cercanos. Pese a todo, sabiendo lo que había en el mundo, tampoco podía quejarme demasiado. Éramos una familia normal con una hija un tanto rebelde que le robó el coche a su padre en una ocasión para que no se la llevara unas vacaciones de Madrid porque a ellla no le apetecía. Como tantas otras cosas que nunca supieron y que quizás harían pensar a mi padre que no me dió los suficientes guantazos para que aprendiera porque esa parecía la forma que tenía de enseñar. Todo lo que me hubiera gustado saber lo tuve que aprender en la calle o en los libros. Nunca se hablaba de nada salvo de lo cotidiano de los días. Cuando los "porque nos" crecieron, mutaron a los "si no te gusta, coge la puerta y te marchas". Hasta que un día su hija, dejó la puerta en su sitio, pero se marchó. Estuve desaparecida unos cuantos días y hubiera podido estarlo para siempre. Sin embargo, el sufrimiento de mi madre me hizo volver.  Así era mi vida con él. Una contínua pelea un día sí y otro también durante años y años. Siempre echándonos un pulso que no ganó nunca ninguno. Vi como mi madre se sometía a sus caprichos en contra de sus deseos y si ella quería trabajar pero a mi padre no le parecía bien, pues no se trabajaba. ¿Porqué? Pues porque si, porque lo digo yo, pensaría mi padre.

A partir de los veinte años, nos dimos una tregua. Se suavizó la relación porque yo también estabilicé un poco mi vida y porque ya no valían de mucho los porque nos, ni las amenazas. Aún así, cuando mi padre hacía alarde de llevar los pantalones en casa y pretendía imponer su criterio o le hablaba a mi madre en algún tono que a mi me chirriaba, volvía la batalla campal. Hasta que la desgracia se coló por alguna rendija de casa y nos vapuleó a todos pero más a él que perdió una pierna por la prepotencia de la clase médica y me olvidé de guantazos y porque nos. Yo salía por la noche de casa para poder colarme por alguna puerta cualquiera del hospital y recorrer pasillos y plantas hasta llegar a su habitación sin que me prohibieran así la entrada. Me peleé con casi todos los médicos que pasaban por allí tratando de que me dieran una solución que no tenían. Y mientras, los días pasaban y una infección empezaba a poner en riesgo la vida de mi padre, mi madre agotada y desesperada no tenía ya capacidad para afrontar el problema. Y escuchabas atónita a los médicos decir que no sabían hasta donde llegaba la infección pero que si afectaba al bypass que tenía en la femoral, se desangraría. Hasta que te oyes a ti misma decir que le amputen la pierna de una puta vez y entonces se ponen en marcha. Una pesadilla de unos cuantos meses para mi pero del resto de sus vidas para mis padres porque ya nada volvió a ser igual. Y he de reconocerle el mérito de superarlo de la mejor manera posible. De seguir trabajando, de seguir conduciendo, de seguir tratando de vivir y hacer agradable su vida y la de mi madre. 

Yo ya no vivía con ellos y de esta forma, se perdieron en el tiempo las broncas. Ahora, seguimos en esa especie de falsa calma. Su salud y su calidad de vida no es muy buena que digamos pero lo es peor porque no hace nada para mejorarla y de esta forma, va amargando y obscureciendo el carácter de mi madre a la que no veo disfrutar desde hace tantísimos años que me duele en el alma su vida. Yo no le doy guantazos a mi padre para hacerle comprender las cosas porque él me enseñó que no hay entendimiento posible en el tortazo, hablo con él mil veces las mismas cosas sin que me haga el más mínimo caso, como siempre,  pero lo cierto es que no lo hago por él, sino porque a mi madre se le ha olvidado vivir y no tiene ni ganas.

Así que volvemos a los inicios. A ese mirarnos con cara de pocos amigos ya que nunca lo fuimos. A ese querer que la vida sea como a cada uno se nos antoja sin entender que la vida es como es. Que ni yo voy a conseguir que él haga algo que no le apetece aunque solo sea por mi madre, ni él va a conseguir que yo guarde silencio.

Qué le vamos a hacer, padre. Tuviste una forma de educarme que no servía para aprender sino para rebelarse. Y eso es lo que hice. Cosas que ni imaginarías pero de las que siempre tuve la gran suerte de salir airosa. De algunas mejor que de otras. De cualquier forma, tampoco tienes culpa de nada. En eso de ser padres cada uno lo hace lo mejor que puede aunque no sé si tú le pusiste mucho empeño. Lo que si sé es que me enseñaste como no educar a mis hijos y en mi casa no existen los porque nos.

Y después de este desapegarse de malos rollos del pasado que siguen ensombreciendo el presente pero que me afectan de muy distinta forma, voy a poner un poco de musiquilla que hace mucho que no dejo caer nada por aquí.