domingo, 26 de enero de 2014

Un amor que lo cambió todo

A los doce años de edad yo era una niña que estudiaba en un colegio privado, que tenía unas notas más que ejemplares con sobresalientes en todas las asignaturas y que como esa había sido la tónica de años anteriores no me permitía bajar el listón y de hecho no lo hice hasta que acabé la EGB y me marché al instituto. Además competía con la que era mi mejor amiga de la infancia y lo hacíamos en casi todos los sentidos y durante años, aunque para mí Amalia, siempre era la niña que a mi me hubiera gustado ser y a la que creía no alcanzar nunca. Pese a esa competición, siempre fuimos uña y carne hasta que nos distanciaron los acontecimientos y la vida. Desde hacía unos años estábamos incluso enamoradas del mismo niño. Bueno, quizás casi todas las niñas de clase estaban enamoradas del mismo pero se diría que ni ella ni yo consideramos competencia al resto. Alberto era el chico más guapo además de ser también el más listo. Yo le miraba con ojos inalcanzables sabiendo que también estaba en el corazón de Amalia. A esa edad aún nos manteníamos apartados los chicos de las chicas, cada uno tenía su grupo pero ya empezaba a avecinarse el cambio. Podíamos estar una tarde entera en una calle, los chicos en una punta y las chicas en la contraria sin hacer absolutamente nada, salvo el idiota y paseos para arriba, paseos para abajo. Hasta que una tarde llegó el mensajero. El mensajero era aquel al que eligieron los chicos para que entablara conversación con nosotras antes del acercamiento final donde los dos grupos se convirtieron por fin en uno solo y así podíamos seguir haciendo el idiota pero ya en compañía.

El mensajero, que de todos era el que más desparpajo tenía, venía con noticias para algunas de nosotras. Era ese chico al que todas tenemos cariño pero que ninguna sale con él y además era el menos comprometido con las noticias. El pobre se pasó esa tarde de una punta a otra de la calle con dimes de unos y diretes de las otras. Podía haber venido con la lista hecha y se hubiera ahorrado paseos pero quizás es que los chicos se fueron creciendo con el transcurrir de los acontecimientos. La primera noticia que trajo es que a Juan Carlos le gustaba Ana y quería saber si ella quería salir con él. Vaya forma de declararse que encontraron. La cara de Ana resplandeció de repente, pero claro lo de salir no estaba muy definido aún y que Ana se marchara sola con Juan Carlos no parecía la mejor idea ni para Ana ni para las demás. Sin embargo, el mensajero dijo que aún había más noticias y de esta forma acordamos salir todos juntos y los que fueran parejita podían también estar con los demás. Así es como Ana accedió a salir con Juan Carlos y el mensajero se marchó feliz con el si de Ana. El que hubiera aún más noticias no hizo más que hacer bailotear más alegremente nuestras hormonas que ya empezaban a desear la compañía del sexo contrario. Y todo lo que había era expectación por saber que buenas nuevas nos vendrían de vuelta. Alberto estaba allí claro, en la otra esquina, y yo suponía que el mensajero traería noticias para Amalia y ella, también. En ningún momento yo albergué la más mínima esperanza. Así que cuando el mensajero llegó con las noticias de Alberto yo reculé un poco para dejar el protagonismo a mi amiga y ella pareció prepararse para recibirla. La sorpresa fue mayúscula y no sólo para mi. Alberto no quería salir con Amalia sino conmigo y de repente, se nos rompieron los esquemas. 

Sé que aquello fue un acontecimiento que nos cambió la vida a las dos. Amalia estaba tan segura de si misma que en ningún momento creyó que Alberto se decantara por alguien que no fuera ella. Se quedó como petrificada. Yo sabía cual era su ilusión y pude comprobar lo que la desilusión hizo en ella. Sabía que estaba deseando salir con Alberto, tanto como yo, pero con la diferencia de que ella tenía la seguridad de conseguirlo y yo pensaba que el chico de mis sueños siempre se quedaría en eso, en los sueños. Para Amalia fue un duro revés. Nunca salió con nadie. Por lo menos hasta que llegó a la Universidad, luego la perdí la pista. Yo por el contrario, trataba de asimilar la noticia. Las conexiones neuronales mutaron de repente y se restablecieron pero en un orden muy diferente. Lo que llegué a sentir en un momento es difícil de explicar. Por supuesto que el mensajero se marchó con un si lleno de emoción. Esa noche al volver a mi casa la felicidad me llevaba en volandas. Tenía que atravesar un descampado con todos los desniveles imaginables y yo iba corriendo como si mis pies no rozaran el suelo, saltando montañitas y esquivando baches sin miedo a tropezar en la obscuridad. Deseando elevarme por los aires y gritar de alegría. No me lo podía creer. De repente me convertí en otra persona. 

De todo esto lo importante desde luego no era el salir con Alberto aunque ese fuera el deseo y el artífice del cambio. Lo realmente importante y él nunca lo supo, fue que su decisión si es que en algún momento se planteó el decidir entre una u otra, hizo que en nuestro interior ambas cambiáramos no solo el concepto que teníamos de nosotras mismas sino también el concepto que teníamos de la otra. Yo, di un paso hacia adelante, no volví a sentirme inferior a ella y asumí además que era capaz de gustarle a los chicos, algo inimaginable para mi hasta ese día. De esta forma caminé durante años más segura por la vida hasta que la vida me dió un revés. Ella, dió un paso hacia atrás, su seguridad se tambaleó, su gesto se ensombreció. No dejamos de ser amigas pero el vínculo cambió. Yo procuraba no herirla con mi felicidad y ella dejó de expresar sus sentimientos como lo hacía antes.

Con Alberto estuve unos cuatro o cinco meses. A los doce años no se podía esperar mucho de las relaciones. A mi me ponía nerviosa tenerle cerca. Mi corazón se disparaba a mil por hora y no estaba preparada aún para esas sensaciones. Lo más que hacíamos era ir de la mano y darnos algún beso que otro más fugaz de lo que Alberto hubiera deseado. Cuando nos sentábamos en la Dehesa de la Villa y él se tumbaba a mi lado yo era incapaz de tumbarme, me quedaba sentada y tensa, intentando calmar los latidos de mi corazón que se desbocaba con su cuerpo pegado al mío. Al final decidí que era mejor volver a la calma de estar con mis amigas y poco después Alberto encontró a otra chica mayor que él que le daba lo que yo no estaba preparada para dar. Dos o tres años después volvimos a coincidir en el mismo grupo de gente y estuvimos a punto de darnos lo que parecía que teníamos pendiente entre los dos. Un verano mientras que su chica estaba de vacaciones pareció reavivarse el sentimiento. Al fin y al cabo habíamos sido el primer amor para ambos y nos separó la corta edad pero no el hecho de no gustarnos. De hecho cuando le recuerdo, siempre lo hago envolviéndolo de un amor que aunque inocente no deja de ser el primer sentimiento de amor que tuve. Pasábamos el día juntos, uno al lado del otro y yo había dejado de temblar con su roce. Muy al contrario, estaba encantada de tenerle cerca pero su chica volvió de las vacaciones antes de dar el paso final, puso en orden la situación y yo me aparté de ellos. Y al poco tiempo, me aparté de todos.

Esto si que me apetece musicalizarlo. ¿Cuanto tiempo hará que escuché este tema por primera vez? Muy probablemente tanto como tiempo tiene la historia contada pero hay un yo interior para el que no existe el tiempo, el yo invariable, intocable, del que nace la emoción por el mundo y por la música. Esto me gustaba, me gusta y me gustará siempre.