lunes, 2 de diciembre de 2013

Frío helador

Hoy Madrid amanecía helador. Los termómetros marcaban cinco grados bajo cero a las nueve de la mañana y me tocaba patear un poco las calles con asuntos diversos. Iba envuelta en una estupenda bufanda que este año necesito más que nunca y llevaba una buena cazadora pero aún así, el frío me calaba los huesos mientras esperaba que abrieran las puertas de unas oficinas en las que se acumula más gente de la que debiera. La gente a mi alrededor, muchos con menos abrigo que yo,  se quejaba del frío pero allí no se abren las puertas ni siquiera para dar cobijo si no es la hora reglamentaria de apertura. Cuando terminé me zambullí en las calles de Madrid para seguir con las tareas del día y en ese ir y venir de un sitio para otro se me ha ido helando la sangre más allá de lo que la temperatura marcaba. 

Y es que... las calles están llenas de gente pidiendo ayuda. En los semáforos ya no están los típicos mendigos que se veían años atrás con aspecto de desarraigados sociales y en su mayoría inmigrantes. Ahora hay gente a los que aún no ha dañado la intemperie, gente con ropa que todavía conserva el lustre de tiempos mejores no muy lejanos. Estar al abrigo del coche, con la calefacción, mi estupenda bufanda que me hace sentir el calorcito del cariño de quien me la regaló y escuchando música cuando se acercan, te produce cierto sentimiento de culpa o de vergüenza. Yo por lo menos ya no puedo ir diciendo que no. No puedo dar la espalda a esta realidad que vive en las calles. No puedo soportar tanto sufrimiento como están provocando en este país los señores que sean de la ideología que sean se pasean felizmente en sus coches oficiales sin querer ver, sin haber rebajado ni un ápice sus privilegios. Unos porque gobiernan para si y desgobiernan para el resto, los otros, porque en su papel de opositores no se les conoce oposición más que en las palabras que simplemente son papel mojado, imagen nefasta. 

Hoy el ayuntamiento de esta capital, perpetraba otra de sus desvergüenzas. Hacer el exámen a los músicos callejeros. Tres personajes se encargan de poner precio y valor a la música de la calle porque ahora, para valorar el arte tiene que pasar antes por el tamiz del desgobierno y yo, ya no tengo derecho a decidir por mi cuenta si me gustan los sones de mi ciudad. 

Cuando vi nacer esta democracia, todo era ilusión y lo que nunca imaginé fue que dejaríamos que se impusiera una dictadura fascista al abrigo de la misma. Yo no he conocido peores tiempos que los que estamos viviendo. Quizás porque lo que yo viví fue partiendo de la nada ir conquistando libertades. Y aún con todo lo triste que podía ser ese nada, la gente por lo menos tenía trabajo. Será que construimos sin cimientos, que conquistamos y nos dormimos en los laureles. Lo cierto es, que todo está perdido. Los delincuentes y los asesinos salen de las cárceles, los corruptos ni las huelen, la población de a pie, la clase trabajadora, se convierte en delincuente a golpe de ley de seguridad ciudadana cuando resulta que la seguridad ciudadana estaría asegurada si estuvieran encarcelados los que promueven la ley y sus adláteres. Ya no existe el derecho al trabajo, ni a la vivienda, ni a la sanidad, ni a la educación, ni a la defensa, ni al canto, ni a la música, ni a la voz.

Ahora lo único que hay es un frío helador y gente sin techo ni alimento.