jueves, 5 de diciembre de 2013

Encarrilando, que es gerundio

- Esa es la lesbiana de Telecinco, no?

Esta frase la pronunció mi hijo el otro día y yo que estaba a mis cosas, levanté la cabeza y le miré ojiplática. Me giré hacia el televisor y le dije:

- Pues no sé, pero ese parece el heterosexual de la Sexta, no?

Y en ese momento fué él quien me miró a mi con extrañeza. 

- Qué pasa? -le dije-. No utilizas el apelativo heterosexual para referirte a las personas? Está claro que no. Así que porqué tienes que utilizar el de lesbiana? Al fin y al cabo, tanto uno como otro son conductas sexuales, distintas, pero no mejores ni peores una que otra. Entonces, porqué has de utilizar solo una para referirte a ellas y en ningún caso la otra?

- Pues no sé -me contestó.

- Pues eso, vete pensándolo.

Vamos, me niego a que las generaciones futuras sigan arrastrando los estigmas actuales. Hace unos cuantos años ya tuve con mis hijos nuestra primera conversación sobre las inclinaciones sexuales de las personas y salió el tema a colación porque mi hijo se atrevió a confesarme, con cierto reparo también hay que decirlo, que un amigo suyo le había dado un beso en la boca. Y yo le pregunté: Y te ha gustado? No tenía muy clara la contestación porque creo que lo que más le preocupaba en ese momento era si estaba bien lo que había pasado o no, así que además de tranquilizarle y hacerles ver que las orientaciones sexuales no están muy bien definidas a ciertas edades, no había nada de lo que avergonzarse en el supuesto de que no fueran la tendencia generalizada y traté de que vieran como algo natural cualquiera de ellas haciendo hincapié en que lo realmente importante de todo ello no era el sexo de la persona que tuvieran enfrente, sino la felicidad o satisfacción que a ellos les produjeran las personas. A partir de entonces, mi hijo se proclamó defensor de la bandera del arco iris. Aún con ello, está claro que el entorno juega un papel muy importante en la evolución mental y dado que aún el sexo no está equiparado a cualquier otra necesidad vital de la que podemos hablar sin reparos, como podría ser el comer, sino que parece que nos encanta envolverlo de misterio como si el placer que nos produce se fuera a diluir por hablar abiertamente de ello, pues se mantiene impepinablemente en ese estado de innaturalidad con que lo tratamos habitualmente. Se convierte en noticia el hecho de que en una clase haya unas niñas que se quieren y sin embargo no lo es cuanta gente hay que no quiere a nadie, cosa que a mi me parece más triste y de lo que sería más interesante hablar ya que la carencia de amor genera más trastornos que el amor en si, sea de la forma que sea.

El caso es que vivir con unos adolescentes que se pasean por el mundo ya sin los ojos vigilantes de los padres es un trabajito que requiere de ciertas dosis de paciencia y comprensión y altas dosis de tiempo y comunicación. Conseguir que razonen y tengan juicio propio evitando que se acomoden en el juicio generalizado, es a veces complicado y más cuando descubres que hay una inmensa mayoría de padres que viven ajenos al vivir y sentir de sus hijos que al carecer de criterio se afincan en el de la mayoría y mantienen estancadas las ideas.

Difícil progresar en estas condiciones.