martes, 23 de abril de 2013

Revolución vital

Uno en la mente va colocando en compartimentos estanco todo aquello que forma parte de nuestra vida y de alguna forma los ordena secuencialmente por orden de importancia según estos te van afectando en el devenir de los días. Durante años he estado librando una batalla campal con muchos de estos compartimentos, sabiéndome vencida en unas cuantas escaramuzas. La sensación de verme engullida por ellos hasta el punto de no reconocerme siquiera, me obligó a decidir entre dejarme engullir definitivamente o afrontar esta lucha sin cuartel desde una perspectiva distinta. Cuando llegué aquí, huyendo según mi psicóloga, y según yo, batiéndome en retirada con la intención primigenia de echar raíces en otro lugar y con la intención posterior por como se desarrollaron los acontecimientos de mi venida, de librar la última batalla, cogí todo lo que había en los compartimentos y lo dejé suspendido en el aire para ir desmenuzando cada uno de ellos, reubicarlos en el orden que cada uno se merece y encontrar la forma de acabar con la puta guerra que no me dejaba vivir. El trabajo, los hijos, la familia, los amigos y esos otros satélites que son como moscas cojoneras que de forma continuada se inmiscuyen en tu vida con intención de desmoronarla. Esos eran los compartimentos de mi vida sobre los que tenía que actuar. Todos y cada uno de ellos los he observado desde todos los ángulos posibles para tratar de encontrar la forma de manejarlos y convertirlos en un placer en lugar de en un sufrimiento. Y yo no conozco más placer que el que te produce el amor, así que utilicé este sentimiento como unidad de medida para reordenar. Y analicé la forma en la que podía hacer entrar el amor en cada uno de los compartimentos para verlos crecer y convertir cada uno de ellos en dicha. Así era sencillo discernir lo prioritario de lo accesorio. Lo que merecía atención de lo que no. Así entendí que había permitido que fuera precisamente el odio de los demás o el odio hacia las cosas el que gobernara mi vida convirtiéndola en una prisión más que en una satisfacción. Y así comprendí también de qué forma debía enfrentarme al cambio.

Cuando el trabajo estaba prácticamente finalizado y los compartimentos aún suspendidos esperaban el nuevo acomodo, apareció sin quererlo y también sin poderlo remediar, un compartimento que se llenó de vida y que no formaba parte del plan. Me pilló completamente a desmano. Surgió arrolladoramente de la nada e hizo tambalear el equilibrio en que mantenía yo todos los demás. Se instaló en mi en el momento más inadecuado. ¿Cómo usar el amor para medir el amor? Cuanto más protagonismo alcanzaba más me hacía temblar. Tenía que asentar primero todo lo demás, todo lo que me había costado tanto tiempo razonar. Todo lo que las circunstancias habían convertido en apremiante y que debía ejecutar ya. Y mientras que organizaba mi vida nuevamente, creyendo que podría esperar, se me escapó de las manos. Sin tiempo para pensarlo, sin tiempo para disfrutarlo, sin tiempo ni lugar para dedicarle. Sin tiempo, sin más.

Los compartimentos empezarán a ocupar su lugar en breve. Cuando retorne al campo de batalla que abandoné. Y la guerra habrá terminado porque he aprendido a vivir. Incluso con el dolor del compartimento perdido, he aprendido a vivir. Siempre decía que no tenía muy claro lo que quería pero sabía perfectamente lo que no. Creo que es momento de decir, que ahora sé perfectamente lo que quiero y por supuesto, lo que no quiero. Es muy probable que todo este particular pensar sobre los compartimentos de mi vida acabe volcado en estos papeles blancos. Que cada uno de ellos acabe desmenuzado aquí como lo hizo en mi misma. Porque ha llegado su momento y el mio.

No tengo muy claro que necesite a la psicóloga para nada. Por falta de psicoanálisis propio, no será. Que pretenda remontarse al pasado más lejano para encontrar la razón del presente me parece innecesario del todo. Y más sabiendo donde querrá hurgar. Todos tenemos un pasado que acaba por conformar nuestro presente y yo lo tengo más que asumido y superado. Soy como soy por lo que viví y lo cierto es que tampoco quiero ser de otra forma. Visto lo que deambula por el mundo, prefiero la vida que me hizo así a otra vida que, sin necesidad de enfrentarse a nada, da como resultado ciertos personajes que aborrezco. Es más, nada más empezar la primera charla con ella dijo lo que tenía que decir:

"Tenemos la falsa creencia de que es el entorno o la gente que lo compone los que nos hacen sentirnos mal y realmente no es así. Más bien es la interpretación y la actitud que uno afronta frente a eso..."

Suficiente, no? Tampoco es que haya sido un descubrimiento pero le agradecí que me lo recordara. Así que creo que he de dar por concluidas las charlas con extraños que entre otras cosas me cuestan un dinero que no me sobra porque la claridad también me la puedo aportar yo y ahora tengo demasiadas cosas por delante que hacer.

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