viernes, 24 de mayo de 2013

El dolor de las palabras tardías

Demasiado bueno para ser verdad. Sí, es lo que pensé cuando te cruzaste en mi vida. Y decidí por eso que era mejor no vivirlo y lo dejé pasar. Pero de tan bueno que me pareció, nunca salió de mi cabeza. Siempre fue aquello que no quise vivir y que no podía determinar. Así que establecí un vínculo por darme una opción. Y lo hice. Lo hice en el momento más inoportuno, más aún que cuando decidí que era mejor ni probar. Y resultó que efectivamente era demasiado bueno pero tan inapropiado el momento, que aún pudiendo ser verdad tendría que resultar un imposible. Imposible es ofrecer nada cuando la vida se te escapa a manos llenas en mil problemas. Imposible es agradar a todo el mundo cuando todos necesitan de tu agrado. Imposible es amar cuando la vida te asfixia, cuando las cuatro paredes entre las que vives encerrada durante cuatro meses, acaban por devorarte y te transforman en algo informe sin capacidad de razonar. Imposible era para mi cuando no articulaba las palabras precisas. Cuando todo parecía pesadilla pese a ser sueño. Cuando te convertiste en luz dentro de la obscuridad y yo no pude brillar porque vivía sepultada en las sombras.

No hay nada que sienta más que la oportunidad perdida. Nada que duela más que el poder ser y no haber sido. Nada que destroce más el alma que el saber con certeza que había una realidad que nunca fue porque el momento era inútil. No hay nada que resquebraje más el corazón que el saber que no estuve a la altura de lo que se esperaba. No hay nada peor que los errores que no pueden ser enmendados. No hay nada más horrible como saber que tú, que tenías por nombre felicidad, te escapaste de entre los dedos por no poder ser yo. Por no dar, ni entender.

Aquello que fue, tan efímero como un instante, se convirtió para mi en dicha en pleno vendaval y para ti no fui más que huracán en medio de la tormenta. Mientras tú construias, yo destrozaba. Qué relación tan desequilibrada. Sin recorrido alguno posible en esas circunstancias.

No tengo reproches que hacer salvo a mi misma y si acaso...., la indiferencia que resultó y que hace la herida más profunda. El silencio que alarga el dolor hasta lo indecible. Las palabras no dichas de quien a nada ya importa pero que resultan la losa más cruel que sepulta a quien espera.

Nada que reprochar salvo el silencio que ponía el punto y final. Pero gracias de todos modos, porque siempre es mejor tarde que nunca.