sábado, 29 de junio de 2013

Amor & Miedo

Si tienes miedo a amar, no ames. Ni lo intentes siquiera. Si te ves atrapada por el amor y empiezas a sentir el miedo atenazándote los sentidos, sal corriendo antes de que sea demasiado tarde o prepárate para la derrota. Amor y miedo es una mezcla tan explosiva que tarde o temprano estalla sin remedio. El miedo es un sentimiento que paraliza, que te impide ser quien eres, que te impide disfrutar a ti y a los demás. El miedo no te deja expresar aunque por momentos lo superes. Deseé abalanzarme muchas veces y no lo hice, deseé decir cosas que no dije, deseé acariciar y me guardé las ganas, deseé dejarme llevar y me frené siempre. Tanto deseo perdido se convierte en frustración mutua. Para el que quiere dar y no da. Para el que espera y no recibe. No hay amor sin abandono, sin dejar fluir el ser y el deseo, sin la respiración pausada de los momentos.

¿Cuando y por qué le hice un hueco al miedo? El cuando no lo sé exactamente pero tengo claro que fue después de mi última relación de convivencia conjunta. El porqué, tampoco sabría decirlo o quizás si. Probablemente sea un conjunto de razones. Pero una de ellas y probablemente la que se apoderó de mi fue el haber abandonado la seguridad en mi misma y creerme responsable del fracaso, el asumir como ciertas las críticas de los demás como resultado de su propia frustración. Ese machaque continuo al que me sometieron y que debilitó mis voluntades y me hizo sentir incapaz. Incapaz de vivir y de amar.

Nunca antes tuve miedo de zambullirme en la placidez que te reporta el amor cuando te coloniza. Lo viví aspirándolo a conciencia, disfrutándolo como si la vida me fuera en ello, convirtiéndolo en motor de días y noches, gozando cada sensación vivida. Y nunca fracasé en el intento. Disfruté y disfrutamos de un amor que se convirtió en historia de años. Me devolvieron el amor con creces. Construí al lado de otros estupendos recuerdos que supongo vivirán en su memoria como viven en la mia. Se apegaron a mi de tal forma que nunca me sentí des-amada. Les abandoné buscando siempre un algo más que a veces no expliqué. Lo hice con el dolor del que sabe que está haciendo daño. Me marché con el corazón roto por romper el de aquellos que me amaron. Pero nunca es comparable el dolor de quien abandona con el del abandonado.  Y sin duda, siempre fue más fácil para mi que para los demás porque yo orquestaba el punto final. En cualquier caso, todos supimos lamer nuestras propias heridas y curarnos. Todos... menos uno. El que se empeñó en lo inútil y al no conseguirlo se inventó un mundo de culpas que arrojarme a la cara. Aquel al que sin remedio me unen dos seres que son mi propia vida y por los que creí que debía soportar estoicamente que me vapulearan. Durante años se creyó con derecho a hacerlo. Y así nació el miedo. Un miedo que llegado el momento, cuando sentí de nuevo el amor, convirtió este en derrota y la derrota, una vez asumida y razonada se convirtió en actitud y en reconocimiento. Independientemente de que las razones no estuvieran exclusivamente en el miedo, yo descubrí mis debilidades.

De esta forma, volvemos al inicio del texto. Si tienes miedo a amar, no ames...


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