jueves, 27 de junio de 2013

Zóbel y el suave encanto

¿Qué tiene este pintor? Pues no lo sé. Realmente tendría que preguntar qué tiene este pintor para mi puesto que el arte y la impronta que deja en cada uno es tan personal que no se puede hacer una valoración universal que valga para todos. Por lo menos yo no lo creo. Habrá artistas de renombre mundial que a mi me dejen indiferente y a la contra, artistas que a mi particularmente me parezcan dignos de ocupar el trono de los elegidos y que no resulten del agrado de muchos. Lo cierto es, que Fernando Zóbel a mi me conmueve desde que por primera vez me puse ante una de sus obras y la inspiré, aspiré, engullí de tal forma que se hizo un hueco en mi ser de por vida. Parece muy simplista, su abstracción te centra en un punto y se va diluyendo por los bordes del lienzo tan suavemente que tu mirada se derrama, serena, y pides más. Da igual que estés ante un Jardín Seco, un Invierno Húmedo, ese adivinar luminoso de Atocha, el declinar brumoso de La Vista XXVI o cualquier otra maravilla salida de su propio escondite mental. No sé, cada obra tiene su propio encanto y mi propio goce por eso no sabría decir cual de todas me gusta más.

Tengo una espinita clavada con este pintor. En dos ocasiones quise hacerme con una de sus obras. Evidentemente con una reproducción. Si pudiera yo disfrutar de un auténtico Zóbel en mi casa, dormiría abrazada a él. La primera vez no sabría decir porqué no me decidi a comprarla, quizás porque el momento no permitía cargar con ella pero lo cierto es que sentí no poder hacerlo y por ello en cuanto que tuve nuevamente oportunidad, no lo dudé. Y pese a no dudarlo, me volví a quedar sin ella aunque en esta ocasión ya no fue achacable a mi sino al desinterés de otros. El Museo de Arte Abstracto de Cuenca es una auténtica maravilla. No solo por las obras sino porque está ubicado exactamente en una de esas Casas Colgadas que uno disfruta fascinado desde el exterior. En su interior lo que deseas es que pudieras convertirla en tu hogar aún sin tanta obra de arte pero acaba una reconociendo, ante la imposibilidad de adquirir el inmueble, que quizás sea mejor que sea lo que realmente es, un museo preciosista por el que dejar vagar la imaginación de lienzo en lienzo y de sala en sala. Y el museo nació precisamente gracias a Fernando Zóbel ya que decidió depositar allí parte de su obra y su colección privada de obras del abstracto español manteniéndose gracias a que se cedió a la Fundación Juan March consiguiendo así enriquecerlo. Fue en una exposición de esta Fundación en Madrid donde por primera vez me tropecé con los cuadros de Zóbel, lo disfruté nuevamente en mi primer visita al Museo en Cuenca y lo dejé escapar en la segunda visita que no será la última.

Seleccioné la obra que me iba a comprar, pregunté por el horario del Museo para volver a última hora a por el cuadro y mientras tanto, no sé que fuimos a visitar pero nada que mereciera más la pena que perder el Jardín Seco. Pese a mis intentos por meter prisa para llegar al Museo antes de que cerraran las puertas, la prisa se desvaneció en el lento deambular de la compañía y una vez más se quedó el deseo perdido y convertido en decepción y en cabreo considerable. A veces me tropiezo con sus obras adornando las paredes de algunos lugares que he visitado y cuando las veo, la punzadita de no tenerlo en mi casa para disfrute propio me recuerda siempre que tengo una deuda pendiente con mi satisfacción que tendré que saldar en algún momento. Mientras tanto, pues la dejo aquí colgada, en las paredes de este otro hogar.

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